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Inmigrantes mexicanos en Tennessee lamentan pérdida de familiares debido al huracán Helene

Con manos temblorosas, Daniel Delgado besó una fotografía de su esposa, Monica Hernandez, antes de encender una vela en el estacionamiento de un supermercado. Familiares abrazaban imágenes impresas sobre cartón blanco, algunos de ellos rompiendo a llorar encima de ellas mientras helicópteros de búsqueda sobrevolaban el área en dirección a las colinas.
Días después de que seis trabajadores de una fábrica de plásticos desaparecieron en inundaciones repentinas provocadas por el huracán Helene, sus seres queridos y personas que los apoyan se han estado reuniendo para efectuar vigilias frente a iglesias, una secundaria y una tienda de comestibles con el fin de homenajearlos.
La mayor parte de las noches se escuchan oraciones en español mientras se reza el Rosario: “María, madre de Jesús, intercede y ayúdanos a encontrarlos”.
La tormenta, que cobró la vida de al menos 230 personas en seis estados de Estados Unidos, rápidamente abrumó a Erwin, un poblado de unos 6.000 habitantes en los montes Apalaches el 27 de septiembre. Más de 50 personas tuvieron que ser rescatadas por un helicóptero desde el techo de un hospital que quedó sumergido.
La cicatriz que dejó ha sido especialmente devastadora dentro de la pequeña comunidad latina, la cual conforma un número desmesurado de trabajadores en la fábrica: cuatro de los seis obreros arrastrados por las aguas eran mexicano-estadounidenses.
Se iniciaron dos investigaciones estatales a Impact Plastics, y para determinar si la compañía debió haber hecho más para proteger a sus trabajadores a medida que el peligro crecía.
Las familias de los desaparecidos dicen que aún no pueden asimilar la intensidad de la tormenta, ni por qué sus seres queridos no se salieron de la fábrica antes para evitar las embravecidas aguas.
“Preguntamos: ¿Por qué? ¿Por qué ella fue a trabajar? ¿Por qué se quedó?”, dijo la hermana de Hernandez, Guadalupe Hernández Corona, por medio de un intérprete, tras una vigilia el jueves por la noche. “Todos aún nos lo preguntamos”.
El presidente de Impact Plastics, Gerald O’Connor, ha dicho que ningún empleado fue obligado a seguir trabajando, y se les evacuó al menos 45 minutos antes de que la fuerza masiva de la inundación azotara el parque industrial.
“Hubo tiempo para escapar”, dijo en un comunicado en video, y añadió que fue de los últimos en salir de la planta tras asegurarse de que todo el mundo hubiera salido. La Guardia Nacional rescató a cinco empleados por medio de un helicóptero.
Pero trabajadores que sobrevivieron dijeron que la evacuación comenzó demasiado tarde. Algunos se aferraron a tubos sobre plataformas de camiones mientras llamaban desesperados al número de emergencias 911 y se despedían de seres queridos. Algunos vieron a colegas de trabajo ser arrastrados por la corriente.
Operadores del número de emergencias dijeron que los recursos de que disponían estaban disminuidos debido a que ya había una operación de rescate en curso, aproximadamente 1,6 kilómetros (una milla) río abajo en el hospital del condado Unicoi.
El río Nolichucky, que normalmente tiene un flujo de agua de unos 60 centímetros (2 pies) de profundidad, registró una crecida récord de 9,1 metros (30 pies) ese día, con un flujo de más de 5,3 millones de litros (1,4 millones de galones) por segundo, el doble de las cataratas del Niágara.
La planta de plásticos estaba abierta, incluso mientras las escuelas locales se encontraban cerradas. Robert Jarvis, que comenzó su turno a las 7 de la mañana, dijo que los empleados siguieron trabajando mientras recibían alertas en sus celulares sobre posibles inundaciones. Muchos se quedaron incluso después de que la gerencia les pidió mover sus automóviles porque en el estacionamiento se habían acumulado 15,2 centímetros (6 pulgadas) de agua.
Finalmente se les pidió a los empleados que evacuaran luego de que el servicio eléctrico se interrumpió y cuando el agua tenía unos 30 centímetros (un pie) de altura, señaló. Jarvis indicó que sobrevivió sólo porque lo subieron a la plataforma de una camioneta que había sido modificada para tener más altura, la cual estuvo trabajando tres horas en un camino para vehículos todoterreno.
Jarvis dijo que los seis colegas de trabajo desaparecidos eran “como de la familia” y que siente responsabilidad ante ellos de compartir la experiencia que él tuvo.
“No deberían haber estado en el trabajo ese día”, manifestó. “Ninguno de nosotros debería haber ido”.
Anabel Andrade, cuya sobrina Rosy Reynoso sigue desaparecida, dijo que las rutas de evacuación eran insuficientes. Y se enojó al escuchar el comunicado de O’Connor: “Él se fue sin problemas. ¿Por qué él pudo salvarse y dejar varados a estos otros empleados?”.
Alma Vazquez —una trabajadora social en Catholic Charities que hace décadas conoció a algunos de los obreros desaparecidos cuando acudió por primera vez a vivir en Erwin en un campamento de trabajadores agrícolas migrantes— dijo que los fallecimientos fueron “completamente prevenibles”.
“Las personas no tenían que morir en el sitio donde trabajan”, apuntó.
Muchas de las víctimas tenían vínculos profundos con Erwin, donde más del 90% de sus habitantes son de raza blanca. Aproximadamente el 8% de la población —unas 500 personas— se identificó como hispana en 2022, en comparación con 3,8% una década antes, según cifras de la Oficina del Censo.
Lidia Verdugo, Bertha Mendoza y Hernandez —todas ellas mexicanas-estadounidenses— llevaban dos décadas viviendo en la comunidad. Hernandez comenzó a trabajar en Impact Plastics poco después de que llegó, señaló su hermana.
Rosy Reynoso, de 29 años, era la que más recientemente había llegado a Erwin, hace ocho años. Ella y su esposo se acababan de mudar a su propio apartamento tras vivir con la madre de ella, a la que Reynoso aún visitaba a diario. Su hijo de 10 años todavía está en México, y ella estaba trabajando para traerlo acá, dijo Andrade.
Dos trabajadores de raza blanca, Sibrina Barnett y Johnny Peterson, también fueron arrastrados por las aguas.
En la comunidad hispana ha habido frustración por el hecho de que las autoridades estatales no enviaron intérpretes de inmediato para apoyar a los sobrevivientes del desastre. Las familias se molestaron aún más debido a que los trabajadores que respondían las líneas telefónicas para recibir avisos sobre personas desaparecidas sólo hablaban inglés.
Cuando se le preguntó a un director de la Agencia de Tennessee para el Manejo de Emergencias por qué estos recursos no estuvieron disponibles sino hasta después de que ya había comenzado la búsqueda un día antes, dijo que no habían estado al tanto del tamaño de la población hispanohablante en el área.
“Para ellos (los hispanos) fue muy descorazonador escuchar eso”, dijo Ana Gutierrez, una organizadora del grupo activista Tennessee Immigrant and Refugee Rights Coalition que ha estado apoyando a las familias.
Gutierrez dijo también que las familias sentían que su sufrimiento había sido opacado por el rescate en el hospital, que fue noticia el día que ocurrió, mientras que lo que les pasó a los trabajadores de la planta no lo fue.
Se ha hallado algo de consuelo en las vigilias nocturnas, donde la gente oró en inglés y en español y encendió velas mientras se leían los nombres de los trabajadores.
El alcalde de Erwin, Glenn White, dijo que se sintió conmovido al ver a la multitud —una mezcla de residentes hispanos y blancos— reunidos en el dolor y la solidaridad.
“Somos un pueblo. El lema del país dice: ‘De muchos, uno’”, señaló White.
En la iglesia de San Miguel Arcángel, donde la gran mayoría de los 225 feligreses son hispanos, las familias se reúnen para consolarse entre sí y comen pozole mexicano mientras llegan donativos de agua, alimentos y otros insumos.
La familia de Andrade fue una de las primeras familias hispanas en establecerse en Erwin en la década de 1980. Cuando su hijo de 19 años falleció en 2017, ella se convirtió en la primera de la comunidad en sepultar a un familiar allí, en el cementerio ubicado junto al templo de San Miguel, en lugar de enviar el cuerpo de vuelta a México para su entierro.
El esposo de Reynoso, que conserva esperanzas de que su cuerpo sea hallado, en un principio planeaba enterrarla en México, pero posteriormente decidió que, si el cadáver es encontrado, permanecerá en Tennessee.
“Hiciste una vida aquí; tu familia va a estar aquí”, le dijo Andrade. “Esta es tu casa”.
En el cementerio hay algunas lápidas con oraciones grabadas en español, algo que para Andrade es un símbolo de la vida que los inmigrantes hispanos han hecho en Estados Unidos.
“Es una forma de mantenerlos con nosotros”, manifestó.
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Los periodistas de The Associated Press Kimberlee Kruesi en Nashville, Tennessee, y Ben Finley en Norfolk, Virginia, contribuyeron a este despacho.

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